Las elecciones de octubre próximo no son una más.
Se trata de una instancia clave en donde se juega, en parte, el futuro de
nuestro país.
Porque en
esa oportunidad confrontarán los modelos en pugna aunque no esté en juego la
presidencia de la República.
Por un lado,
quienes sostenemos la necesidad de profundizar este modelo virtuoso, de
movilidad social, de mayor producción, mayor consumo y mejores puestos de
trabajo, más educación y más salud.
Somos
quienes abogamos por el mantenimiento de la política de DD.HH. a partir de la
Memoria, la Verdad y la Justicia.
Enfrente
están quienes son nostálgicos de un pasado ominoso, de un neoliberalismo que le
hizo mucho daño al país, de una "reconciliación" que encubre la
amnistía para genocidas y torturadores.
Estos
representantes de los poderes fácticos, muchos de los cuales vieron perder sus
privilegios en estos años, añoran la preeminencia del mercado, del libre juego
de la oferta y la demanda que sustituya al Estado como articulador de las
relaciones entre el capital y el trabajo.
Son quienes
se aferran a la "teoría del derrame" según la cual cuanto más ganen
los privados mejor les va a ir a la clase trabajadora lo cual es una mentira.
Esa economía de mercado, plenamente liberal, sin trabas, debería ser la que
asigne los recursos en lugar de que lo haga el Estado.
Defienden
aquellas "relaciones carnales" con EE.UU. al tiempo que rechazan la
integración latinoamericana, una construcción que ha puesto fin a esa condición
de "patrio trasero" del imperio.
En los `90
no hubo derrame, sí acumulación por parte de un empresariado que se hizo un
picnic con las políticas instrumentadas por el menemismo que desguazaron al
Estado con la liquidación de las empresas públicas, promovieron la
flexibilización y precarización del trabajo, destruyeron a miles de empresas
con la consiguiente desocupación, empobrecieron a los hombres de campo y
dejaron al país sumido en la pobreza y la indigencia.
Son quienes,
remedando aquella frase de la época de la dictadura, consideran que
"achicar el Estado es agrandar la Nación".
El
peronismo, desde el 2003 a esta parte, expresado primero por el ex presidente
Néstor Kirchner y ahora por la presidenta Cristina Fernández, cree exactamente
lo contrario: hay que construir un Estado fuerte, que permita una distribución
equitativa de la riqueza, que intervenga en áreas sensibles de la economía como
es la energía, el transporte, las comunicaciones, entre otras.
La sociedad
argentina debe pronunciarse por uno u otro modelo. No hay lugar para neutrales.
La oposición
trata de amontonarse a como de lugar con una única obsesión: evitar la supuesta
re reelección de la presidenta. Es el único tema que la desvela.
Entonces
vemos alquimias electorales de las más disparatadas que lo que proyectan es ese
solo propósito. No hay propuestas, no hay ideas.
Desde el FpV
la situación se plantea desde una óptica diferente. Tenemos un proyecto de
Nación que muchos, por cierto, no comparten. Pero hay un rumbo, hemos trazado
un camino por el cual transitar y pese a las dificultades, las posibilidades de
tener una mejor calidad de vida con más trabajo, más salud, más educación, más
viviendas no son una utopía inalcanzable.
Por esto
estas elecciones no deben ser asumidas como un mero trámite electoral. Nos va
el futuro en ellas.
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